Este año he aprendido de forma práctica cómo a lo largo de la historia unos pocos han podido dominar a muchos. Lo único que hay que hacer es construir una falsa religión oficial. Para ello hay que contar con unos cuántos científicos-sacerdotes que promulguen una serie de falsos dogmas y con unos periodistas-escribas que transmitan constantemente la verdad oficial que interesa al poder. Los conversos portarán una mascarilla cómo signo visible de aceptación de su nueva fe. A partir de aquí hay que establecer unos mandamientos (distancia, lavados, ...) que nos sometan-purifiquen. Obviamente es muy importante que las normas sean contradictorias, absurdas y de imposible cumplimiento para que así tengamos remordimientos por haber pecado y no ser perfectos creyentes. El pecado no será una cuestión individual, sino que tendrá repercusión en toda la sociedad (tu madre puede llegar a morir por tu irresponsabilidad de visitarla). Aunque siempre podremos limpiar nuestras faltas confesando con una PCR y cumplir la penitencia-aislamiento. Desgraciadamente el contagio-pecado puede dejar una secuela-mancha indeleble. Los vecinos-confidentes serán alentados a la delación, así el poder casi no necesitará usar la fuerza para reprimir a los desobedientes. Los disidentes-demonios serán ridiculizados y hechos responsables de todos los males. A los sanitarios-mártires los aplaudiremos-adoraremos por su trabajo-sacrificio desinteresado. Y lo más importante, una religión no puede imponerse si no hay esperanza y promesa de salvación, ésta se alcanzará mediante el maná-vacuna. El año que viene, segunda temporada. Permanezcan atentos a sus televisores.