Hay una parte que viene impuesta de fuera, con leyes que cada vez premian más la mediocridad y que poco más o menos nos penalizan si suspendemos mucho, haciéndonos hacer cada vez más papeleo con planes de mejora (¿que los alumnos estudien aunque sea un poco no se contempla?), o con la amenaza perpetua de las quejas a inspección, a las que es muy fácil decir que hay que resistirse, pero que a la hora de la verdad son una presión constante.
Pero con otra parte, como digo, no tengo la conciencia tan tranquila. Cada vez bajo más y más el nivel de mis exámenes para que al menos apruebe alguien, en lugar de poner exámenes de la exigencia que considero que debería pedirse en estos cursos. Cuando resulta que el 70% de una clase no me entrega un trabajo, al 30% restante prácticamente les regalo el aprobado por mal que esté lo que me han entregado, aunque sólo sea para intentar forzar al 70% que no lo ha hecho a que vea que sí hay diferencia entre trabajar o no (aunque eso no sea exactamente lo mismo que la diferencia entre saber o no).
Cada vez me siento más desmotivado con este trabajo. Ya me noto mayor, y supongo que no es raro ir perdiendo energías con los años. Pero he llegado a un punto en el que casi me da igual que mis alumnos aprendan. Sé que suena a sacrilegio, pero ésa es la deriva que estoy tomando. Me esfuerzo todo lo posible por explicar las cosas, por hacer actividades variadas y que pienso que pueden ser divertidas, y me encuentro desidia y actitudes que entran de lleno en la falta de respeto hacia mí, ignorándome en clase o directamente mirándome mal cuando interrumpo sus tertulias para intentar dar clase. Pienso que esta indiferencia mía que cada vez noto más no es más que un mecanismo de defensa para intentar no deprimirme pensando en los muchos años que me quedan hasta la jubilación, y en los que dudo que esto vaya a ir a mejor.