1) No sé qué manía les tienes, como dices, a los "desertores de la tiza". Que yo sepa, nadie ha firmado que está obligado a quedarse en este trabajo hasta que nos jubilemos o nos muramos. Me parece completamente lícito "desertar", y es más, me parece que cuanta más vocación docente se tenga de entrada, más pena tiene que dar ver en qué se ha convertido nuestra profesión, más decepcionado se tiene que estar, y más ganas tienen que entrar de mandarlo todo a la porra. El trabajo de inspector a mí me parece un trabajo feo, pero alguien tiene que hacerlo, así que me parece perfecto que haya quienes lo hagan, o bien porque les guste el trabajo, o porque quieran "trepar" (no sé muy bien a dónde, pero una vez más, seguro que a un sitio en el que a mí no me interesa lo más mínimo estar), o porque quieran ganar más dinero. A cambio de vivir mejor tienen horas y horas de estudio previo y menos vacaciones. Perfecto: cada uno es libre de elegir lo que crea que le va a gustar más. Y aunque aquí nadie había hablado de respeto, a mí me merece más respeto un inspector que intente hacer bien su trabajo que esos profesores que han agarrado la plaza fija y se dedican a tocarse las narices, por no decir otra parte del cuerpo.
2) Mi jefe de departamento es muy serio, muy amante de seguir la norma al pie de la letra (aunque también, todo hay que decirlo, con muy pocas ganas de hacer cosas innecesarias más allá de las obligatorias), y sólo firma él las actas de las reuniones. Nunca ha habido ningún problema. En cualquier caso, si de verdad tuviéramos que firmarlas todos, no me parece que haya que andar persiguiendo a nadie: se deja el libro de actas en la mesa del departamento, y que cada cual lo firme cuando pueda antes de la siguiente reunión. O se mandan las actas por correo para la firma digital (más complicado si hay que hacerlo en cadena y una persona puede parar el proceso). Si luego alguien inspecciona el libro y ve que faltan firmas, la responsabilidad es de quien no haya firmado.